Cuando hablar significa delatar
Y otras reflexiones sobre escribir desde la rabia, la ironía y la vulnerabilidad.
¡Qué tal! Bienvenidxs a la Edición #008 de Tinta y voz, una newsletter dedicada a los libros y a la gente que los hace posibles.
No me extenderé demasiado en esta introducción, porque la conversación que les comparto hoy —con la escritora chilena Alia Trabucco Zerán— es un poco más larga que de costumbre.
Simplemente quiero recordarles que si desean leer las entradas previas de este boletín, pueden hacerlo aquí. Y, claro, las recomendaciones de la semana están al final. . 📚 🎶 🎬
En la primera página de Limpia, la novela más reciente de la escritora chilena Alia Trabucco Zerán, la narradora reflexiona: “díganme ustedes qué es un comienzo. Explíquenme, por ejemplo, si la noche viene antes o después que el día, si despertamos tras dormir o dormimos porque hemos despertado”.
Con ese ímpetu introspectivo es que conocemos a Estela García, su mundo y su historia. Nos cuenta, por ejemplo, que nació en el sur de Chile, pero migró a la capital —dejando atrás una vida precaria pero entrañable, y con ello a su madre— en busca de una promesa de futuro. Se instaló en la casa de una familia acomodada y la rutina de sus días se volvió un cúmulo de obligaciones redundantes: planchar camisas, lavar la ropa interior “del señor y la señora”, hacer las compras, limpiar las habitaciones. Sobre todo, atender a Julia, la hija de la familia. La muerte de esta niña —anunciada casi al arrancar la trama— detona la narración de Estela.
Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983) —autora también de Las homicidas (Lumen, 2022) y La resta (Demipage, 2014)— construye un argumento en que la tensión crece página por página, sobresalto tras sobresalto.
En esta conversación, la narradora chilena habla, entre otras cosas, sobre el origen de Limpia, sobre las posibilidades del monólogo como recurso narrativo y sobre la escritura como forma del pensamiento.
¿Cómo concebiste esta historia? ¿Cuál fue el germen que la detonó?
El origen de Limpia está en mi libro anterior, Las homicidas. Allí examiné cuatro casos emblemáticos de mujeres que cometieron asesinatos a lo largo del siglo veinte y una de ellas, María Teresa Alfaro, era trabajadora de una casa particular en los años sesenta cuando asesinó a los hijos de sus patrones. El caso es feroz, de una violencia tremenda, y entonces escribí un cuento sobre ella narrado en primera persona. Un monólogo. Ese cuento, a poco andar, se fue alargando y transformando en otra cosa. Y pronto me di cuenta de que ya no era un cuento y que el aspecto criminal del caso no me interesaba tanto como la voz ficcional que había conseguido construir: una primera persona que se mueve entre la rabia, la ironía, la vulnerabilidad, la desesperación. Entonces entendí que estaba escribiendo una novela y quise que esa novela se situara en el Chile contemporáneo y así, desprendida del caso original, surgió Estela, la narradora de esta novela.
Desde los primeros párrafos, se percibe en el tono de Estela cierta rabia, incluso resentimiento. ¿Cómo delineaste esa voz? ¿Fue un desafío mantener el tono a lo largo de la novela?
Para mí, la escritura es también una forma de pensamiento, de reflexión, y entonces surgen muchas preguntas en el proceso, por ejemplo, por qué tantas representaciones de trabajadoras de casa particular se mueven en el mismo espectro afectivo: la gratitud, la resignación, el sacrificio. Creo que se ha construido, novela tras novela, película tras película, una representación tranquilizadora para las clases altas donde la trabajadora doméstica acepta con resignación su destino y no solo eso, sino que lo hace con cariño y gratitud, sin una pizca de rabia. Una excepción notable es Jean Genet, en “Las criadas”. El caso que examiné en Las Homicidas era interesante por eso. Esa trabajadora, en el juicio, dijo varias veces la palabra “rabia”, tenía rabia porque la acusaban de robar y rabia porque la presionaron a abortar, y sin embargo los tribunales, en el juicio, desestimaron su rabia como causa de los crímenes que cometió. ¿Por qué tanto las ficciones sobre este sujeto popular como los tribunales de justicia han repetido esa misma deslegitimación? ¿A quiénes sirve esa negación de la rabia? En Limpia, la voz de Estela se interna muchas veces en la rabia pero el desafío no fue mantener esa tecla afectiva en el texto, sino constatar, una y otra vez, lo mucho que nos cuesta empatizar con esa emoción. Sobre todo a las mujeres, sobre quienes recae lo que Sara Ahmed llama “un mandato de felicidad”. Tal vez de esa incómoda empatía se trata también este libro.
Sin embargo, percibo que en años recientes ha habido una reivindicación de la representación del trabajo doméstico desde la narrativa —en la literatura y el cine—. ¿A qué consideras que obedece esa resignificación?
Creo que tienes razón y probablemente se deba a la fuerza que ha tenido en los últimos años el movimiento feminista en América Latina y a las reivindicaciones en torno a nombrar el trabajo doméstico como lo que es: trabajo y no un cúmulo de gestos y acciones amorosas. La pandemia también exacerbó esto y lo volvió innegable. Ahora, también creo que la figura de la trabajadora doméstica ha estado muy presente en la tradición latinoamericana. Pienso en Rosario Castellanos o en José Donoso, por mencionar algunos autores. La diferencia, tal vez, es la producción audiovisual más reciente. Pero, y aquí sí podría discrepar un poco de la pregunta, no sé si esas nuevas representaciones llevan consigo una resignificación, en el sentido más profundo de la palabra. Por el contrario, muchas veces percibo en películas recientes, y es algo que me pasó al ver Roma, una representación tranquilizadora del trabajo doméstico, donde se acaba normalizando un orden social. En ese sentido, por más que haya visibilización del trabajo como tal, no hay necesariamente una resignificación.
Estela es consciente de que está contando una historia: usa recursos narrativos (anticipaciones, énfasis, etc.). ¿Por qué le otorgaste estas atribuciones a tu narradora y qué le permitió a su personaje esta conciencia de la narración?
Para mí la pregunta fue la opuesta, ¿por qué no? ¿Por qué una novela no puede construir la voz de una empleada doméstica que use la palabra brizna, la palabra digresión, y que, por si eso fuera poco, controle el ritmo del relato, bromeando sobre el suspenso y la intriga? ¿Quién dice qué palabras son apropiadas o inapropiadas para un sujeto popular? La literatura, para mí, es un espacio de gran libertad. Recientemente leí la novela Derroche, de la escritora argentina María Sonia Cristoff, que se toma, lúdica y brillantemente, la libertad de narrar desde los ángulos más inesperados. Es un libro magnífico. Entonces, yo me pregunto: si la literatura no puede hacer eso, correr los límites, si la escritura no sirve para ingresar a esas zonas incómodas o supuestamente inverosímiles, si la ficción no está ahí para explorar aquello que la realidad dice que no se puede hacer, entonces para qué. Para escribir normativamente está el ChatGPT, que es una suma de convenciones sociales.
¿Podrías hablarme sobre las connotaciones del título de la novela? Me resulta asombroso cómo una palabra puede ser tan sugerente y denotar tantos aspectos de la historia.
Me parece un título poderoso y una palabra muy bella también. Además, tiene muchos sentidos. Es verbo y adjetivo. Es una orden, limpia, ¿pero quién da la orden de limpiar? ¿Limpiar qué suciedad? ¿Y quién está realmente limpia en la novela? ¿Limpia de qué? Lo limpio es también lo claro, lo transparente, y referido a la prosa, lo limpio es lo que parece o aparenta ser directo. Y límpido es algo sin manchas en un libro que está plagado de manchas. Y también me gusta porque la palabra porta, como un secreto, otra palabra: impía. Una falta de piedad. Una forma de transgresión. El nombre apareció a medio camino de la escritura. Recuerdo haber estado caminando por la calle y ver una tienda de productos de limpieza y leer esa palabra: limpia. Y pensé: ese es el nombre. Luego seguí trabajando un par de años en el libro, pero el nombre sirvió como norte, como compás.
Has explorado distintas formas de la violencia en sus libros. ¿Qué te interesa indagar desde la literatura acerca de ella?
En algún momento pensé que la literatura era una forma de explorar la violencia estando yo misma a salvo. Pero no es verdad. No hay un lugar a salvo de la violencia, tampoco la literatura lo es. Es cosa de ver la persecución a escritoras y escritores en distintos momentos de la historia. Yo nací en 1983, en plena dictadura de Pinochet. Aprendí a hablar en un contexto en que incluso ese verbo, “hablar”, significaba otra cosa. Significaba “delatar”. Crecí con imágenes de fosas comunes y con otras peores y que quedaban ahí, disponibles, para la imaginación caótica de la infancia: cuerpos siendo arrojados al mar desde helicópteros. Capuchas. Tortura. Simulacros de fusilamiento. La palabra “degollar”. La palabra “desaparecer”. Luego me formé en una sociedad marcada por la desigualdad. Que ahonda esa desigualdad año tras año. Entonces me pregunto qué hace el lenguaje con esas múltiples violencias. De qué maneras las reproduce y de qué formas podría subvertirlas. Pero estas son reflexiones posteriores y la escritura, la verdad, es bastante más descontrolada e inesperada.
La muerte también es un tema recurrente en tus libros previos. Estela, incluso, hace reflexiones al respecto (cuando dice, por ejemplo, “No se puede morir más de la cuenta”). ¿Por qué te interesa escribir sobre la muerte?
¿Cómo no escribir sobre eso? Al parecer somos los únicos seres con conciencia de nuestra mortalidad y sin embargo vivimos como si no nos fuéramos a morir en cualquier momento. Es lindo, es delirante y la muerte siempre ha sido un tema central en la literatura. La posibilidad, incluso, de escribir desde un “después” de la muerte, como ocurre en La Amortajada, de María Luisa Bombal o en Derroche, de Cristoff, que acabo de mencionar. Ahora, también creo que se puede escribir sobre la muerte en los registros más variados. Nos podemos poner a filosofar o reírnos a carcajadas. O ambas cosas a la vez. O llorar, por supuesto. Tal vez, incluso más que la muerte, es la pérdida lo que me interesa.
Si bien la historia ocurre en el contexto chileno, es posible hallar vasos comunicantes con situaciones que ocurren en el resto de América Latina. Pienso, por ejemplo, en ciertos gestos a lo largo de la novela que denotan las situaciones de clase. ¿Percibes un rasgo identitario de la región en ese sentido?
Qué duda cabe. La desigualdad es un rasgo que compartimos en toda la región, con casos peores, como el de Chile y entiendo que también México tiene índices descabellados de desigualdad. Pero más allá de ese rasgo en común te agradezco el uso de la palabra “identitario” porque subraya algo que se tiende a ocultar: cómo la pertenencia de clase, y en el caso de lo narrado en Limpia, la pertenencia a las clases altas, es un rasgo hondamente identitario que no solo se reproduce en gestos, palabras, desprecios y reconocimientos, sino que se ha defendido violentamente cada vez que una revuelta o una protesta ha puesto en entredicho ese orden social.
📚 Tres libros que recomiendo esta semana
Antimateria
La antimateria es una presencia estelar en la ciencia ficción pero no se trata de una fabulación. Ocupa un lugar en la investigación médica y plantea múltiples interrogantes. En principio, cómo pensarla. Este ensayo arroja algunas definiciones como, por ejemplo, que no solo es lo opuesto a la materia sino quizá su razón de ser. Gerardo Herrera Corral nos instala en una realidad donde lo grande y lo minúsculo, lo sutil y lo avasallador son conceptos casi semejantes.
Chamanes eléctricos en la fiesta del sol
Una catástrofe natural lleva a las protagonistas de esta novela al pie de un volcán en los Andes. Creen asistir a un festival de música cuando en realidad están a punto de iniciar un viaje iniciático que no solo depara el reencuentro con un pasado que es como una herida sino con aquellos que decidieron ocultarse de los demás. La narradora ecuatoriana construye una novela en la que reconocemos una descollante belleza lírica y un aliento desgarrador que nos transporta hacia el tiempo de los mitos.
Los impotentes
Esta novela tiene los ingredientes a modo para despertar la curiosidad: un hombre que más que adoptado fue “comprado”, una madre que quiere consagrarse escribiendo la historia de ese hombre roto, una editora que tiene problemas con el sexo, un escándalo mayúsculo que pone en entredicho la relación entre la obra y su creador. El guionista de Birdman no duda en recurrir a la brutalidad para desvelar los resortes del apego emocional y la cultura de la cancelación.
🎶 Una canción
Esta semana he estado trabajando en un texto sobre el nuevo álbum de Ingrid Beaujean, Jueves de Ríos —que recomendé aquí—. Cuando hablé con ella sobre ese lanzamiento, me contó sobre la influencia de Sarah Vaughan en su mirada musical.
La discografía de Vaughan es enorme, de modo que elegir una canción es una tarea colosal. Me decanté por “I could write a book”, dado que éste es un boletín sobre libros. Pero también porque me encantan la simpleza y la contundencia de estos versos:
If they asked me, I could write a book
About the way you walk, and whisper, and look