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El volumen de lo intangible
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El volumen de lo intangible

Una conversación con Paulette Jonguitud sobre 'El mundo desplazado'

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Paulette Jonguitud, autora de El mundo desplazado. [ Foto: Ángel Soto ]

Los rastros de la literatura son incorpóreos. Fuera de la página, están condenados a existir únicamente en el pensamiento de quien lee. Por eso Paulette Jonguitud admira las artes plásticas: su tridimensionalidad, su capacidad de ser vistas y manipuladas, le provocan un asombro que no encuentra en otra forma de la creación. En su novela El mundo desplazado, Jonguitud (Ciudad de México, 1978) construye un entorno donde lo real cohabita con lo irreal, donde lo tangible no es necesariamente cierto y lo efímero tiene la facultad de horadar la memoria.

La trama sigue a cuatro mujeres que atraviesan, cada una a su manera, los márgenes de la cordura, la creación y el duelo. Miranda, escultora, encuentra en sus obras —pesadas máquinas vestidas con rotores y cables— un refugio frente al caos de su entorno. Sus máquinas son como un ancla, un intento desesperado de fijar algo en una realidad que parece fluir sin forma. Luego está Inés, cuyos grafitis son un acto de supervivencia y resistencia. Con sus pintas, construye un mapa de su propia identidad, quizás a la manera de las culturas ancestrales que dejaban marcas sobre piedras o arcilla en un intento de dialogar con la eternidad. En el extremo opuesto de esta lucha por lo tangible está Simeona, una performer que rechaza la obsesión contemporánea de documentar y archivar; abraza lo efímero y se niega a que su obra sea registrada. Pero tal vez sea Agustina, con su disociación y su lucha por mantener la maternidad a flote, quien deja la impresión más duradera.

La novela delinea los contornos de estas vidas, pero cuestiona también aquello que permanece y aquello que, inevitablemente, se desvanece. ¿Cómo afecta lo intangible al mundo que habitamos? ¿Qué huella dejan los cuerpos en movimiento, las obras inconclusas, las memorias que se deshacen al narrarse? Con una prosa resuelta y entornos cargados de simbolismo, Jonguitud nos pide que leamos con ojos de artista, tocando lo que parece inalcanzable.

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Hace tiempo diste un taller llamado “Escribir antes de escribir”. En tu narrativa, y particularmente en este libro, ¿sigues un proceso de escritura previa a la escritura?

Sí, yo planeo mucho antes de empezar y leo mucho antes de comenzar. Imagino en mi mente una estantería con los libros que me gustaría que acompañaran al libro que estoy escribiendo, libros que se relacionan y que extienden sus tentáculos hacia este libro nuevo que estoy creando. Leo todos esos libros y hago muchos planes: planeo la estructura, hago bocetos de personajes, bocetos de espacios. Me toma como un tercio del tiempo de escritura planear antes de ponerme a escribir. Creo que eso se termina notando.

¿Alguna vez sientes que una estructura tan definida puede limitar el flujo o la creatividad?

Quizá antes me costaba, pero ahora la estructura me sirve para no perderme. Mi mente vibra mucho y si me interesa una idea, voy hacia ella, y puedo olvidar regresar a lo que estaba trabajando. Tener un mapa trazado desde el inicio me mantiene circunscrita al universo de la historia que estoy contando. La estructura me regresa constantemente al centro. Es mi escaleta, mi guía. Aunque no es una escaleta estricta, sino más bien ideas, como: “Aquí se van a encontrar estos dos personajes por este motivo”. Después los dejo encontrarse y solo los escucho.

Las artes visuales son preponderantes en la novela. Miranda es escultora e Inés también es artista plástica. Eso aporta una mirada tangible y volumétrica a la historia. ¿Cómo trabajaste esta “mirada de artista” en tus personajes?

Siempre he admirado el arte plástico. A diferencia de la literatura, el arte plástico deja algo en el mundo, una huella tangible. En cambio, la escritura deja su huella en la mente del lector, pero yo nunca podré verla. Quise que los personajes de esta historia, que constantemente van entre la realidad y la fantasía, tuvieran marcadores tangibles de su paso. Por ejemplo, el grafiti de Inés es real y puedes seguir sus marcas. Lo mismo ocurre con la máquina de Miranda: es sólida, puedes tocarla, escupirla, o incluso puede comerse a un gato. Eso da volumen a la historia y conecta la fantasía con lo real.

Esa tensión entre la fantasía y la realidad también es muy interesante. Un ejemplo es el coche abandonado, que funciona como marcador tanto real como simbólico. ¿Cómo manejaste esta dualidad en la novela?

Me encanta esa mezcla. De hecho, el coche abandonado frente a la casa de uno de los personajes está inspirado en un coche real que estuvo 30 años frente a mi casa. Poco antes de que se publicara la novela, se lo llevaron y sentí que “se lo chupó el libro”. Estas conexiones entre lo real y lo ficticio me emocionan. También quise explorar la idea de lo efímero, como lo que ocurre con la tía de Miranda, una artista performática que defiende que sus obras no tengan registro. Es una apuesta artística que también dialoga con el tipo de huella que dejamos en el mundo.

El diálogo entre Miranda e Inés es fascinante porque, aunque no se conocen, parece que dialogan a través de sus obras. ¿Cómo concebiste esta relación?

Me interesaba mucho ese diálogo porque es algo que hacemos todos los que creamos: dialogamos con artistas que vinieron antes que nosotros. Por ejemplo, en esta novela tengo un diálogo privado con Ana Mendieta. Ella murió mucho antes de que yo pensara en escribir, pero siento que es mi amiga y que platicamos. En la literatura, ocurre algo parecido: el famoso “diálogo con los muertos”. Es una manera de trascender el tiempo y establecer conexiones.

En tus obras suele ser recurrente la exploración de los cuerpos y sus procesos. ¿Por qué exploras este tema de forma tan frecuente?

Es una de mis obsesiones. En la vida real, me dan miedo los cuerpos: el mío y el de los demás. Soy de distancias físicas. Pero en la literatura puedo acercarme, oler, tocar y explorar lo que no me atrevo a hacer afuera. El cuerpo me interesa como amenaza y como alquimia permanente.

Por último, hablemos sobre las formas de la maternidad. Este libro explora distintas maneras de ejercerla, desde la relación entre Miranda y su sobrina hasta lo que enfrenta Inés con su madre y su hermano.

Quise abordar las partes oscuras de la maternidad que nadie te cuenta, como la depresión postparto o la disociación mental que vive Agustina. Las madres no podemos colapsar, y cuando lo hacemos, nos convertimos en autómatas que cumplen funciones pero no están realmente presentes. También quise explorar qué ocurre con los niños que crecen en estas circunstancias: ¿A quién recurren? ¿Cómo se crían entre ellos?

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📚 Tres libros que recomiendo esta semana

Trilogía de Mozambique

Ésta es, quizá, la novela más ambiciosa de Mia Couto, Premio FIL 2024. Es también un fino mecanismo literario que contiene muchas historias: la del emperador de Gaza, en Mozambique, que mira cómo los portugueses conquistan su territorio en 1895; la de una joven de etnia vachopi; y la de las leyendas que surgieron tras la colonización de algunas regiones de África. Couto no solo se erige como un gran narrador sino como un agudo observador de la diplomacia y la política.

Mia Couto | Alfaguara | México | 2024 | 776 páginas

Atusparia

Una irrefrenable necesidad de volver a sus raíces lleva a la protagonista de esta novela a internarse en las inmediaciones del lago Titicaca bajo el nombre del héroe de la resistencia indígena en el Perú del siglo XIX. Eso no es todo. Su pasado como militante de izquierda se entrelaza con una espiral de drogas, sexo… y remembranzas desde una prisión de máxima seguridad en el corazón del Amazonas. Wiener va de un género a otro, de la farsa a la crónica, de la comedia al esperpento

Gabriela Wiener | Literatura Random House | México | 2024 | 240 páginas

Último día de un condenado a muerte

Publicada en 1829, y no por ello sin memoria de las atrocidades cometidas tras la Revolución francesa, esta novela es un encendido alegato contra la pena de muerte. En sus últimos momentos de vida, un condenado a muerte comparte su rutina, hora por hora, sus esperanzas de recibir el indulto, su temor a verse expuesto frente a una multitud sedienta de sangre, sus paseos por París y la sonrisa de su hija. De sus palabras emerge un hombre de carne y hueso.

Victor Hugo | Austral | México | 2024 | 143 páginas

🗞️ Noticias librescas

🔹 Un libro mexicano entre los 10 mejores del 2024 según el NYT

The New York Times Book Review ha publicado su lista de los 10 libros más destacados del año, y entre ellos figura Tu sueño imperios han sido, de Álvaro Enrigue. Con un humor seco y una narración incisiva, Enrigue nos transporta a la Tenochtitlan del siglo XVI, un escenario vivo donde la historia, la política y las tensiones culturales se entrelazan. La lista completa está disponible aquí.

🔹 Berenice Andrade Medina gana el Premio Mauricio Achar
La novela Nadie recuerda su propia muerte ganó la décima edición del Premio Mauricio Achar/Random House. Mezclando magia rural y psiquiatría moderna, la obra explora herencias culturales y genéticas con humor y frescura. Se publicará en 2025. Merry MacMasters cuenta más al respecto en La Jornada.

🔹 La UNAM crea la Cátedra María Zambrano
En honor a la filósofa española exiliada en México, la UNAM ha anunciado la creación de la Cátedra María Zambrano, un espacio para difundir su obra y explorar el impacto del exilio en la cultura latinoamericana. Coordinada por Sandra Lorenzano y en colaboración con el Instituto Cervantes y la Universidad de La Habana, esta cátedra buscará acercar su pensamiento a nuevas generaciones. Más detalles en esta nota de El País.


🎶 Un álbum

Cada nuevo álbum de Robert Glasper es un hallazgo. Ganador de cinco premios Grammy, el pianista y compositor lanzó In December, su primer material navideño. Lejos de los clásicos de temporada, Glasper ofrece un álbum que equilibra tradición e innovación, con colaboraciones de iconos como PJ Morton y Andra Day. Un sonido refrescante para musicalizar la temporada.

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